Esta obra es una de las más conocidas de Julio Romero de Torres, un genuino homenaje a los símbolos más populares de su tierra andaluza. Se trata de un cuadro al óleo y temple sobre un lienzo de 169 por 200 cm., que data de 1907 ejecutado inmediatamente después del viaje que hizo por Italia, Bélgica, Francia e Inglaterra, Marruecos y Suiza, que marcaría sus obras posteriores. “Nuestra Señora de Andalucía” tiene el valor de ser el primer cuadro que cuenta con una composición que tanto habría de discutirse al pintor cordobés: La forma de retablo. Esta forma procede del género pictórico dentro de la pintura religiosa llamado “Sacra Conversazione”, que consiste en representar una escena divina de manera más natural, uniendo personajes relacionados entre sí pero mostrándose de forma independiente en un mismo escenario.
La obra muestra cinco personajes, cuatro de ellos se encuentran sobre un reducido escenario mientras que el quinto, un autorretrato de Julio Romero, se encuentra justo delante del mismo a la derecha. Este porta un cigarrillo con un gesto elegante de la mano y, como los demás personajes, dirige su mirada hacia usted, tal vez identificándose como el director de la escena representada en este retablo pagano.
En el escueto escenario teatral posan sobre un paisaje costumbrista tres mujeres y un hombre detrás de ellas. Vagamente iluminados destaca el brillante vestido blanco de la figura central, que, según el autor, representa la “Divinación de la mujer andaluza”. Une mujer que mira desafiante, al frente. Adorna su pelo moreno recogido en un moño bajo, con una flor rosa. Lleva un manto largo blanco, que envuelve parte de su cuerpo. Sus zapatos y medias también, son blancos A cada lado dos mujeres posan arrodilladas junto a ella en actitud sumisa. A la izquierda, y sosteniendo su manto blanco con las dos manos, una mujer de edad madura simboliza “La copla”, es la personificación del cante, una famosa cantaora de la época llamada Carmen Casena. de perfil, con la cabeza girada al frente y una mirada indiferente. Viste ropa más oscura. Destaca, un manto marrón que cubre parte de su cuerpo y que cae en pliegues sobre el suelo. A la derecha, una joven envuelta en un mantón rojo, que fue la famosa bailaora “La Cartulina”, simbolizando “el baile” Posa de perfil y con la cabeza girada al frente, extiende sus manos en actitud de adoración a la figura central. Su pelo ondulado moreno, recogido en un moño, lo adorna con una flor blanca. Viste ropa de colores más brillantes, dejando parte de su espalda y su hombro al descubierto. El hombre, que porta una guitarra, se sitúa detrás de ella a la derecha encarnando a “la música”, envuelto en una clásica capa negra española y cubierto por el típico sombrero cordobés.
La obra desconcertó al público de entonces, el cual no entendía que una gitana vistiera manto y se hincara de rodillas ante una muchacha sin divinidad alguna, por mucho que el pintor quisiera adjudicarle dicho rango. La actitud solemne de los personajes y esta interpretación simbólica nada obvia, encarnada por personajes de aspecto tan popular, tiñen la obra de una extraña conjunción de realidad y simbolismo, de misterios y esencia que serían una constante en los trabajos posteriores del pintor.
Como telón de fondo se aprecia una composición imaginaria inspirada en el paisaje cordobés, con elementos de la ciudad. Dos escenas en miniatura de amor y muerte tiene lugar en la llanura más cercana de este paisaje. Al fondo, a la derecha, dos jóvenes enamorados se funden en un beso. A la izquierda, aparecen dos mujeres: una de ellas de pie, extiende su mano hacia la otra mujer, que se encuentra algo más retirada, arrodillada ante una cruz. Este miniaturismo, así como la utilización de arquitecturas situadas al fondo de los cuadros, nos recuerdan una clara influencia de los pintores cordobeses que vio desde su niñez en el museo de bellas artes.
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Museo Julio Romero de Torres. Plaza Potro 1, 14002 Córdoba
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